jueves, 20 de noviembre de 2014

El debate político

Una de las grandes incertidumbres que hoy en día presenta nuestra sociedad es la necesidad de establecer un marco político de referencia y confianza, en el que todos los ciudadanos nos sintamos representados y protegidos por nuestros políticos sin llegar a dudar de su profesionalidad.

Indiscutiblemente, esto no ocurre en la actualidad. Los gobernantes que nos encontramos suelen evitar el diálogo con los medios de comunicación. Son numerosas las ocasiones en las que nos encontramos a un político ofuscado en su ‘’papel’’, ignorando las preguntas o las observaciones que puedan realizar los diferentes periodistas que acuden a la rueda de prensa. Esto nos lleva a pensar, ¿es en realidad algo verdadero? o ¿pretenden persuadir a los ciudadanos a base de buena dialéctica?



Uno de los motivos por los que dudamos de si tienen o no la verdad es la cantidad de contradicciones que se encuentran en sus intervenciones. Muchas veces no piensan ni en lo que dijeron, ni tampoco en el presente, sino que se centran en mostrar su oposición con el partido contrario. Y es que a los políticos parece no importarles cambiar de parecer. Es decir, sea lo que sea no les interesa aceptar lo que el contrario propone porque solo quieren ganar electoralmente.

Lo importante no es escuchar, lo importante es ganar “la guerra”, justo todo lo contrario al significado de democracia. De hecho, uno de los puntos más importantes de la democracia es buscar la verdad absoluta y el bien común y se debe buscar entre todos, en sociedad.

El  método para llegar al acuerdo electoral es la votación pero para ello los ciudadanos deben ser personas participativas y motivadas. El voto representa la decisión del elector que a su vez es movido por varios factores. Estos factores son lo que los que los políticos en los procesos electorales tratan de generar un efecto en la conducta y en el comportamiento de los ciudadanos.

Por otra parte, es indudable la dificultad a la que hoy en día se enfrentan la mayoría de  políticos para poder  llegar a establecer una política común y justa para todos sus ciudadanos. Las sociedades de hoy en día se caracterizan principalmente por la diversidad de valores y creencias  de sus miembros pero es en este punto donde deberían demostrar dichas  aptitudes intelectuales y capacidad de liderazgo- que todo buen político debe poseer-  para sacar adelante una serie de medidas que buscasen la integración y crecimiento personal de todos los ciudadanos que tienen como objetivo base todas las sociedades democráticas. Por consiguiente podemos afirmar que fomentar el respeto entre los ciudadanos y en consecuencia entre todas las sociedades es tarea de los gobiernos fomentando así el diálogo entre los distintos partidos.


Dejando de lado la teoría, aterricemos estas cuestiones en la vida diaria. ¿Cuántos casos de corrupción nos hemos encontrado a lo largo de este curso político? A principios del año 2013, nos sorprendimos con el Caso Fabra y su bonito aeropuerto en Castellón. Seguidamente pudimos conocer el Caso Bárcenas y todo lo que ello supuso, sin poder olvidar el polémico Caso Urdangarín que tanto nos sobresaltó.


Como conclusión, por naturaleza humana somos débiles y nos dejamos influenciar fácilmente. Esta debilidad hace que el individuo sea dominable y muchos sean incapaces de definir su personalidad. El político se aprovecha de ello y puede llegar al ciudadano con mera ‘’palabrería’’. Teniendo en cuenta estos aspectos, la sociedad de hoy en día también se rige por unos roles característicos y podemos distinguir líderes carismáticos que ‘’marcan tendencia’’ moviendo a un gran público de masas. El papel del político es en realidad, ser este líder. Sin embargo, no todos están capacitados para ello. Ser líder es algo innato y pocos cuentan con ese don.


La solución puede ser plantear una buena educación para los ciudadanos, ya que de este modo, podrán tener un valor crítico para formar un  gobierno de excelencia.




LA FAMILIA ES CLAVE

La familia es sinónimo de felicidad. Quien tenga la gran suerte de poder compartir la vida con sus familiares es la mayor plenitud que uno puede vivir. Aunque en muchas ocasiones no se piense en ello, muchas personas carecen de familia, se desvinculan del matrimonio o abandonan a sus hijos, perdiendo la mayor alegría que una relación familiar puede aportar.


Abarcar la felicidad que esto genera ayuda a las personas a crecer y a dar lo mejor de sí mismos. Es en la familia donde revelamos nuestra personalidad y nos mostramos como somos realmente.  La felicidad es un deber y deberíamos vivir haciendo felices a los que más nos quieren. No podemos estar pensando en disputas familiares,  así  nos quedaríamos sin el  único vínculo familiar que tenemos. Esto es algo que proviene desde que nacemos, pertenecemos a una familia que la base de toda familia está en el amor incondicional. Existe un vínculo que nos pertenece y hace que nos desvivamos los unos por los otros. Deberíamos dejar de obsesionarnos por aspectos de la sociedad como ‘’la nueva tecnología que ha salido en el mercado’’ y centrarnos más en lo que realmente importa: la vida familiar.


Muchas veces pasamos largas temporadas fuera de casa y no aprovechamos el tiempo que nos queda con los más queridos. Con el paso del tiempo nos damos cuenta de las horas que hemos desaprovechado, sin tener consciencia que puede que alguien de la familia ya no Existen muchos tipos de familias, pero todas ellas deben querer el bien de sus progenitores. Si hiciéramos memoria, veríamos que los tiempos han cambiado. Vivimos en una sociedad de cambios y vivimos rápido. En muchos hogares los padres se encuentran trabajando fuera de casa y pasan poco tiempo en familia. Sin embargo, las ocasiones especiales las vivimos todos juntos.

Esto refleja la importancia de quienes realmente son imprescindibles en nuestras vidas. Compartimos todo con ellos, nuestras desgracias y nuestras alegrías y siempre están ahí para darnos consejo y querer lo mejor. Quiero destacar que la familia ayuda al ser humano y favorece su plenitud. Somos seres sociales y es natural que queramos vivir rodeados de los demás. En muchas ocasiones también tenemos verdaderos amigos que son ‘’familia’’ por lo tanto, también debemos contribuir a conservarlos y a ayudarles a ser felices. Estos vínculos afectivos es algo necesario para preservar a las personas que queremos.


Podemos encontrar muchos tipos de familias, sin embargo, todas son diferentes al igual que personas que la componen. Es una suerte compartir nuestra vida con personas que nos quieren y nos aceptan tal y como somos, por eso, hay que preservarlos y no caer en hábitos que no ayudan a buscar la felicidad común. Aunque unas estén compuestas por más o menos miembros, quieren lo mejor para sus hijos puesto que en definitiva, somos lo que somos gracias a lo que nos han aportado nuestros padres. Ellos nos han educado y nos han dado todo lo que tenemos. Éste es un motivo esencial por el que compartir.

Propongo que le demos más importancia a vivir en familia y no perder el tiempo en discusiones que no llevan a ningún lado. Los amigos pueden ir y venir pero los familiares siempre lo van a ser. Unos padres apuestan por la plena felicidad de sus hijos y esto nunca va a cambiar. Aprovechemos el tiempo que disponemos de ellos y no vivamos sin su compañía. Todos tenemos derecho a ser felices y esto lo vamos a encontrar rodeados de la familia.

domingo, 12 de octubre de 2014

La gente joven

Vivimos en un mundo donde las apariencias son importantes, perdemos el tiempo en pensar qué estarán diciendo de nosotros y apenas nos paramos a reflexionar sobre lo que de verdad nos importa en la vida. Cada uno de nosotros somos insustituibles, pero quizás nos dejemos llevar demasiado por la fuerza de un gran grupo de masas como es la sociedad. Seguimos las modas, tenemos referentes sociales y nos dejamos entusiasmar por las redes sociales o la nueva sociedad de la información. Además, vivimos deprisa, sin pensar y nos falta práctica para expresarnos oralmente.

Los jóvenes sentimos la permanencia a un grupo. La necesidad de tener muchos amigos, de salir, de divertirse. Somos seres sociables y por ello, sentimos el instinto natural de estar en contacto con nuestros semejantes. Muchos de nosotros compaginamos esto con los estudios, sin embargo, otros optan por no enriquecerse con una formación intelectual y pasar horas y horas pegados a una pantalla del televisor o chateando con gente que ni siquiera conocen. En este sentido estamos perdiendo la esencia de la gente joven puesto que algunos quieren vivir sin ataduras, sin obligaciones ni responsabilidades, y esto no es posible. Así entramos en una espiral del conformismo, la vagueza y la pasividad.  Lo que muchos no perciben es que en la gente joven residen las nuevas generaciones. Aquí entra en juego el papel de la educación, dándoles una capacidad a los niños para discernir lo que deben hacer con su vida.


Debemos comenzar en formarnos nosotros mismos aunque  la práctica no resulte tan fácil. Es complicado que en la sociedad digital que vivimos actualmente no nos dejemos influenciar por un nuevo modelo de móvil que han sacado o lo último en moda que lleven las ‘’celebrities’’. El empeño está en conocer qué generaciones futuras son las que nos proceden y cómo podemos abordar estos temas dentro de nuestras propias aulas (hablando desde la docencia), sabiendo que la sociedad influye considerablemente.

Otro de los grandes problemas es la no gestión del tiempo. Desde pequeños deberían de enseñarnos  a hacerlo, desde nuestros padres hasta los propios profesores. Conforme nos vamos haciendo mayores y llegamos a la universidad, nos falta tiempo para el estudio y nos sobra para perder el tiempo. Es cierto que la práctica hace la experiencia, es decir, muchos de nosotros comenzamos la universidad con incertidumbre, sin saber cómo nos iban a ir los estudios y con cierto temor al fracaso. Sin embargo, conforme vamos ganando experiencia, vamos aumentando nuestra madurez y nuestra capacidad para sobrellevar los imprevistos. Esto también se refleja en la vida cotidiana. Una persona que no es capaz de gestionar su tiempo tampoco es capaz de vivir sin presión. Cuántas veces nos habremos arrepentido de no haber hecho las cosas cuando correspondía y hemos perdido grandes oportunidades.



Para concluir quiero destacar que la formación de los jóvenes es un campo abierto en el que se debería de invertir. La falta de oportunidades hace que muchos desechen la idea de estudiar y opten por el camino más cómodo. ¿Y si nos planteamos no vivir tan acelerados y nos paramos a pensar en lo que queremos para nuestro futuro sin pensar en lo que opinen los demás? 


UNA PARTE DE MI VIDA

La historia de mi vida comienza hace 22 años. Nacida en Tudela, una pequeña ciudad del sur de la comunidad de Navarra, comienzo a contar mi historia a partir del año de los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla o la inauguración de la Cumbre Iberoamericana en Rio de Janeiro.


Hija de padres españoles, me he criado durante toda mi vida en Navarra. Mi madre maestra de profesión y mi padre informático, me han educado lo mejor posible dándome todo lo que necesitaba desde pequeña. No tengo hermanos (aunque me hubiera gustado tenerlos). Me consideran amable, algo tímida y muy buena gente. He estudiado en tres colegios distintos de la comunidad foral. La etapa infantil la realicé en un colegio católico de un pequeño pueblo llamado Ribaforada. En aquella época mi madre trabajaba allí y prefirió tenerme a su cargo con los demás niños del colegio. Tres años después comencé mi etapa primaria en el colegio Anunciata de Tudela. Todo era distinto, nuevos compañeros y nuevo colegio. Me hacia mayor y poco tardé en hacerme amigos. En eso nunca he tenido problema, aunque he ido cambiando de grupo de amigos conforme me iba haciendo mayor.


Pasaron los años, y yo me iba formando en ese mismo colegio hasta los 16. Una de mis grandes virtudes ha sido compaginar los estudios con otras actividades como el ballet o el conservatorio. Actualmente puedo ejercer de profesora de piano, fruto del esfuerzo y sacrificio de tantos años.




Recuerdo anécdotas, grandes viajes junto a mis compañeros del colegio a esquiar, intercambios en Francia o Londres. Pienso que gracias a estas experiencias me encanta viajar y descubrir mundo. Nunca voy a olvidar esos viajes y lo mucho que nos reímos. También pase malos ratos (que ahora resultan ser anécdotas), como cuando me encontré sola en una casa francesa a cargo de una chica de apenas 14 años de edad. En eso consisten los intercambios, ¿no? A partir de entonces he seguido viajando, sobretodo por Inglaterra. Ahí pasé mi experiencia más enriquecedora.


De un plumazo pasaron 16 años de mi vida, ¿y ahora qué? En plena adolescencia cambié de colegio para optar por la vía universitaria y realizar Bachiller. Este tema nunca lo he dudado, siempre he querido ir a la Universidad y mis estudios tampoco me han impedido que llegara hasta ello. Recuerdo grandes momentos en esa época, hice muy buenas amigas que aún conservo. En ese momento solo queríamos aprobar Selectividad (resultaba un duro trabajo) pero tenía un problema muy grande, ¿qué carrera sería la mía? La verdad es que no he tenido nunca claro qué deseaba estudiar. Realicé Bachiller de ciencias mixtas y parecía que la opción más común era la de realizar una carrera de economía o algo por un estilo, pero no me convencía. No me veía en un futuro trabajando en una empresa, un banco, o realizando cuentas constantemente.

Cuando vi que se iba acercando el momento, me entraron los nervios y empecé a buscar por todas las universidades de España carreras que me pudieran interesar. Considero que es la mayor decisión que he tomado hasta el momento en la vida. Envidiaba a la gente que desde muy pequeña sabía qué iba a ser de mayor. Entonces apareció la Universidad de Navarra y sus nuevos dobles grados. Por una parte pensé que me encantaba la pedagogía (en cierto modo la rama de la psicología me llamaba mucho la atención desde siempre) y por otra me pareció demasiado estas 6 años estudiando, ¿no tenía ya bastante con una carrera simple? Tras varias decisiones y por lo que me une a mi madre que como ya he dicho su profesión es la docencia decidí optar por esa opción.

Cinco años después aquí sigo en la Universidad. He conseguido llegar invicta  y me siento muy satisfecha con mi rendimiento. Quizás sea porque me gusta lo que hago. Siempre se oye decir que los mejores años son estos, y yo lo corroboro. No me he divertido más como en la Universidad. Además he hecho amistades que sé que las guardaré para toda la vida. Estudiar una misma carrera une mucho, compartimos lo que nos gusta y pasamos muchas horas al día.


En estos años he vivido muchas experiencias, entre ellas la de mis prácticas en el colegio y mi estancia en Cambridge para aprender inglés. Ambas inolvidables y recomendables. Con la primera pude ver lo que realmente me gusta. Es satisfactorio ver que con tu trabajo puedes ayudar a personas que lo necesitan (en este caso niños) y que tienes mucho que hacer.



Aquí termina el resumen de mis 22 años vividos. Esperando que sean muchos más, nuevas etapas y nuevos retos por superar. ¿La única incertidumbre? Qué pasará en el futuro. ¿Dónde trabajaré?, ¿qué será de mí, de mi familia, de mis amigos? Eso es algo que está por ver. 

lunes, 3 de marzo de 2014

Superarse con el efecto Pigmalión

La confianza que los demás tengan sobre nosotros puede darnos alas para alcanzar los objetivos más difíciles. Ésta es la base del efecto Pigmalión, que la psicología encuadra como un principio de actuación a partir de las expectativas ajenas. Las profecías tienden a realizarse cuando existe un fuerte deseo que las impulsa.

¿De qué manera pueden verse alterados nuestros comportamientos a partir de las creencias que tienen los demás sobre nosotros? ¿Las expectativas favorables que sobre nosotros tiene nuestro entorno de afectos y amistades pueden llevarnos a llegar más allá de lo que esperamos? O, por el contrario, ¿cuántas veces ni lo hemos intentado o nos ha salido mal, movidos por el miedo al fracaso que otros nos han transmitido, por su falta de confianza o por su invitación a la resignación y al abandono?
No es descabellado afirmar que en cada día de nuestras vidas suceden actos porque, consciente o inconscientemente, estamos respondiendo a lo que las personas que nos rodean esperan de nosotros, para lo bueno y para lo malo. Lo que los demás esperan de uno puede desencadenar un conjunto de acciones que nos lleven mucho más allá de lo que podemos imaginar, en lo mejor y en lo peor. Este principio de actuación a partir de las expectativas de los demás se conoce en psicología como el efecto Pigmalión.
Tan curioso nombre nace de la leyenda de Pigmalión, antiguo rey de Chipre y hábil escultor. En sus Metamorfosis, Ovidio recreó el mito y nos contó que Pigmalión era un apasionado escultor que vivió en la isla de Creta. En cierta ocasión, inspirándose en la bella Galatea, Pigmalión modeló una estatua de marfil tan bella que se enamoró perdidamente de la misma, hasta el punto de rogar a los dioses para que la escultura cobrara vida y poder amarla como a una mujer real. Venus decidió complacer al escultor y dar vida a esa estatua, que se convirtió en la deseada amante y compañera de Pigmalión.
Como en la leyenda, el efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otro individuo afectan de tal manera a su conducta que el segundo tiende a confirmarlas. Un ejemplo sumamente ilustrativo del efecto Pigmalión fue legado por George Bernard Shaw, quien en 1913 escribió, inspirado por el mito, la novela Pigmalión, llevada al cine en 1964 por George Cukor bajo el título My fair lady. En esta cinta, el narcisista profesor Higgins (Rex Harrison) acaba enamorándose de su creación, Eliza Doolittle (Audrey Hepburn), cuando consigue convertir la que es al inicio de la historia una muchacha desgarbada y analfabeta del arrabal en una dama moldeada a las expectativas fonéticas, éticas y estéticas del peculiar Higgins.
En el terreno de la psicología, la economía, la medicina o la sociología, diversos investigadores han llevado a cabo interesantísimos experimentos sobre el efecto Pigmalión. Uno de los más conocidos es el que llevaron a cabo en 1968 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, bajo el título Pigmalión en el aula. El estudio consistió en informar a un grupo de profesores de primaria de que a sus alumnos se les había administrado un test que evaluaba sus capacidades intelectuales. Luego se les dijo a los profesores cuáles fueron, concretamente, los alumnos que obtuvieron los mejores resultados. Los profesores también fueron advertidos de que esos alumnos serían los que mejor rendimiento tendrían a lo largo del curso. Y así fue. Ocho meses después se confirmó que el rendimiento de estos muchachos especiales fue mucho mayor que el del resto. Hasta aquí no hay nada sorprendente. Lo interesante de este caso es que en realidad jamás se realizó tal test al inicio de curso. Y los supuestos alumnos brillantes fueron un 20% de chicos elegidos completamente al azar, sin tener para nada en cuenta sus capacidades. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Cómo era posible que alumnos corrientes fueran los mejores de sus respectivos grupos al final del curso? Muy simple, a partir de las observaciones en todo el proceso de Rosenthal y Jacobson se constató que los maestros se crearon tan alta expectativa sobre esos alumnos que actuaron a favor de su cumplimiento. De alguna manera, los maestros convirtieron sus percepciones sobre cada alumno en una didáctica individualizada que les llevó a confirmar lo que les habían avisado que sucedería.
Muchos otros estudios similares han confirmado en los últimos años la existencia de este efecto que, por otro lado, es de puro sentido común. Sin duda, la predisposición a tratar a alguien de una determinada manera queda condicionada en mayor o menor grado por lo que te han contado sobre esa persona.
Otro llamativo caso tuvo lugar en una conocida empresa multinacional fabricante de productos de alta tecnología. Los responsables del departamento de personal convocaron a una persona de su servicio de limpieza, en el último escalafón de la jerarquía de la organización y sin el bachillerato finalizado, a quien dijeron que era, entre todos los miles de miembros de la empresa, el mejor capacitado para ocupar un altísimo cargo de responsabilidad técnica en el plazo de dos años. Las consideraciones éticas sobre este procedimiento darían mucho de sí, pero el caso es que esta persona no sólo llegó a desempeñar las funciones del alto cargo prometido en menos tiempo del previsto, sino que años después siguió prosperando en la organización. La profecía se cumplió de nuevo con un éxito extraordinario, más allá incluso de lo que los propios promotores del experimento imaginaban.
En efecto, la perspectiva de un suceso tiende a facilitar su cumplimiento. Y eso ocurre también en muchos otros ámbitos. En el terreno de la investigación científica o social, el investigador tiende muchas veces a confirmar sus hipótesis por descabelladas que parezcan; siempre existe el dato que todo lo confirma. En economía, un caso del cumplimiento del efecto Pigmalión a gran escala se vivió con la crisis económica de 1929. Si muchas personas están convencidas de que el sistema económico se hunde, se hundirá. Incluso hablando de nuestra propia salud, el efecto Pigmalión se manifiesta en el también conocido efecto placebo: hay quien cree obtener del medicamento lo que necesita obtener cuando en realidad se trata de una pastilla de almidón, sin principios activos. ¿Por qué cura entonces, en determinados casos, un caramelo inocuo? Simplemente porque el médico dice que así será; porque alguien en quien creemos asegura que nos hará bien y porque deseamos curarnos.
Y claro, ¡cómo no! Volviendo al mito, Pigmalión también hace de las suyas en casos de enamoramiento. No son pocos los celestinos y celestinas que han generado tórridas pasiones entre personas que, de entrada, no parecían tener química. En algunos casos ha bastado que el celestino en cuestión susurre al oído de las víctimas la insinuación del deseo del otro para que la mirada y el lenguaje del cuerpo cambien radicalmente la expresión que propiciará una primera aproximación.
Incluso si analizamos las biografías de grandes genios, mujeres y hombres que a lo largo de la historia han hecho enormes aportaciones a la humanidad, veremos que en muchos casos hubo una persona que tuvo una fuerte esperanza depositada en ellos. Y es que Pigmalión tiene una explicación científica: hoy sabemos que cuando alguien confía en nosotros y nos contagia esa confianza, nuestro sistema límbico acelera la velocidad de nuestro pensamiento, incrementa nuestra lucidez y nuestra energía, y en consecuencia, nuestra atención, eficacia y eficiencia.
Las profecías tienden a realizarse cuando hay un fuerte deseo que las impulsa. Del mismo modo que el miedo tiende a provocar que se produzca lo que se teme, la confianza en uno mismo, aunque sea contagiada por un tercero, puede darnos alas.
La cosquilla y el deseo
Hay aplicaciones muy curiosas del efecto Pigmalión. Pruébelo ahora. Trate de hacerse cosquillas a sí mismo; no se hará reír ni a tiros. No podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos porque sabemos previamente dónde vamos a hacernos cosquillas. Sin factor sorpresa ni deseo, nuestro cerebro anticipa y anula. Se muere definitivamente el efecto Pigmalión. Sin embargo, si alguien a quien usted desea le dice que le hará cosquillas pero no le dice dónde, sólo con pensarlo le cogerá la risa tonta y hasta podrá darle un pasmo de la alegría. Y es que finalmente, como la bella Galatea, no somos de piedra.
EL PAIS, Álex Rovira Celma es profesor, conferenciante y escritor.


jueves, 27 de febrero de 2014

EL SISTEMA EDUCATIVO FINLANDÉS

El programa Salvados que se emite en la Sexta viaja con el periodista Jordi Evolé hasta Helsinki para conocer el sistema educativo Finlandés ya que se encuentra en los rankings más altos de los países con los mejores resultados académicos. 


El programa completo aquí: http://www.lasexta.com/videos-online/programas/salvados/jordi-evole-viaja-finlandia-hablar-educacion_2013012800170.html


¿Qué opinión se tiene acerca de la enseñanza? Compruébenlo a toque de humor con este monólogo.